Translate

viernes, 11 de abril de 2014

Plenitud jurídica de la vida en sociedad.

Aquel suceso resultaba bastante exptraño en realidad. Por tercera ocasión consecutiva asistía al mismo salón de clases y todavía no veía al profesor encargado de impartir la asignatura de sociología jurídica que allí debía recibir. Como no conocía a ninguno de mis compañeros de clases y apenas había compartido una o dos secciones con algunos de ellos, pude dedicar mi tiempo a la lectura. En esas estaba, cuando uno de mis compañeros expresó: “Esto me da muy mala espina”. Todos miramos hacia el muchacho, quien parecía estar preparado para nuestras interrogantes miradas. Prosiguió su improvisado discurso, casi en tono de queja, se mostraba, como decimos en Dominicana, “chivo”, con aquella situación. La inasistencia del profesor no era común puesto que, como todos sabíamos, existía un plazo de dos semanas concedido por la universidad para aquellos que por cualquier circunstancia desearan cambiar el horario de la asignatura elegida o incluso retirarla sin poner en riesgo su índice académico. El joven decía: “Si hoy no llega este profesor nos veremos precisados a unirnos y acudir por ante la rectoría para que nos permitan cambiar de sección…”. Fue en aquel instante cuando entró al aula un personaje verdaderamente pintoresco. Se trataba de un señor de edad madura y baja estatura, caminaba con garbo y mucha gracia, como si estuviera consciente de que el mundo le pertenecía. Su piel bronceada evidenciaba el hecho de estar sometido constantemente a la luz solar, posiblemente se ejercitaba en las mañanas o simplemente gustaba de caminar entre las facultades de la universidad a todas horas. Su sonrisa lucía dibujada eternamente en su rostro, parecía un niño pícaro, de esos que gustan de hacer muchas travesuras, y sus ojos hacían el coro perfecto a aquella sonrisa tan gozosa. Su calva brillante constrastaba con lo opaco de su disminuída cabellera, pero todos esos detalles sucumbían ante la realidad más tangible de toda su figura… el hombre disfrutaba de su propia existencia.
Por un instante quedó todo en silencio, algunos de mis compañeros se miraban atónitos entre ellos, como si no quisieran creer lo que estaba sucediendo. El recién llegado rompió el hielo: “Buenas tardes jóvenes… soy el profesor de sociología jurídica y esta es mi sección”. Nunca había sido testigo del efecto dominó que las palabras pueden producir en personas que se encuentran en estado pasivo, al menos no del modo en que aquello sucedió. El primero en reaccionar fue el joven que antes había expresado su disgusto y extrañeza, “Sabía que algo andaba mal”, Fueron sus palabras, pronunciadas mientras se ponía de pie, recogía sus cuadernos y caminaba apresuradamente hacia la puerta para abandonar aquel salón de clases sin mirar atrás ni despedirse. La actitud del joven fue imitada por otros estudiantes que casi formaron una estampida con la premura por ellos exhibida al abandonar el aula. De cerca de los treinta estudiantes que estábamos allí al principio al menos once dejaron sus butacas vacías y no faltó uno que otro que balbuceara maldiciones por lo bajo. Desde mi asiento permanecí atento, sin tratar siquiera de entender lo que sucedía. Era obvio que aquellos compañeros sabían algo que yo ignoraba, pero también era más que obvio que ese algo no era un secreto sino que pronto todos sabríamos de que se trataba.
El profesor miró sin dejar de sonreír a los estudiantes que salían presurosos del salón. Cualquiera diría que estaba complacido de aquella reacción en cadena que su presencia había provocado. Procedió a identificarse: “Soy Danilo Clime… para los que no me conocen”. No bien hubo terminado aquella frase cuando otro grupo de estudiantes comenzó a ponerse de pie en ese instante. El profesor siguió riendo, entonces más que complacido, parecía sentirse halagado con todo lo que sus palabras provocaban. Quedábamos catorce estudiantes en el salón, los conté quizás como una forma de guardar los detalles del expraño acontecimiento del cual era testigo presencial.
El profesor volvió a dirigirse a nosotros con aire risueño mientras hacía rodar una butaca hacia él y la colocaba a su lado: “Jóvenes, ¿Qué tiene esta silla de jurídico?”.
Es posible que el aire risueño y tranquilo que nuestro profesor ostentaba fuera contagioso, a lo mejor estaba yo ante el encuentro de un antiguo amigo de otras vidas pasadas y mi espíritu lo había reconocido, en verdad no lo sé. Lo que sí sé es que cuando otros tres estudiantes recogieron sus libros y salieron del aula no tuve más remedio que encontrar gracioso todo aquello. De repente estaba todo claro, aquel pintoresco personaje era el famoso profesor Danilo Clime de quien todos decían era imposible aprobar ni un solo de sus exámenes. No era un hecho fortuito el que Clime no hubiera asistido a sus primeras dos semanas de clases, esa era su costumbre. Lo hacía para impedir, en cierto modo, que los estudiantes tuvieran la oportunidad de cambiar de sección, dentro del plazo que la universidad permitía, y se vieran precisados a tomar con él sus asignaturas. Clime, como todos los que le conocían lo llamaban, era, a juicio de muchos, uno de esos “cedazos” especiales que tenía la universidad para que los estudiantes no se graduaran tan fácilmente. Todo estaba ahora más que claro.
Miré a mi alrededor para comprobar visualmente lo que ya intuía. Sí, algunos de los que se habían quedado en el salón no tenían la menor idea de lo que sucedía y miraban a los demás buscando infructuosamente alguna respuesta a sus incógnitas. El profesor volvió a preguntar: “¿Qué tiene de jurídico esta silla?”.
Siempre me han encantado los retos, sobre todo retos en los que la materia gris interviene, por eso sonreí complacido ante la actitud desafiante de mi nuevo profesor, actitud que se mostraba más dominante a cada segundo que la clase permanecía en silencio. Levanté mi mano para solicitar la oportunidad de contestar. Clime casi da un brinco de complacencia y regocijo al ver mi mano en el aire. Era como si estuviera preparado para disfrutar de la respuesta, cualquiera que fuera, o quizás pensaba que alguien más quería abandonar su clase. Lo que él no sabía era que yo también me sentía complacido de que él fuera mi profesor, quería comprobar si el león en verdad era tan fiero como lo pintaban o simplemente los pintores de aquel famoso cuadro exageraban. “Dígame joven, ¿Sabe usted que tiene esta silla de jurídico?”.
Era la tercera vez que formulaba su pregunta. Parecía estar listo para cualquier cosa que saliera de mi boca, pero no lo estaba. “Todo profesor, todo en ella es jurídico”, fue mi respuesta. Adopté sus reglas de juego, todos los deportistas pensantes sabemos hacerlo, hice exactamente lo que él hacía, le di una respuesta en sentido amplio que dejaba traslucir cierta ambigüedad en su contenido. Quería indagar cuánto de su pregunta rondaba el ámbito del discurrir espontáneo o si todo él era solo un guión repetido y ensayado. Clime amplió aún más el margen de su sonrisa, se estaba divirtiendo y le agradaba que todos lo supieran. Volvió a dirigirse a mi persona: “Explíquese joven”. Sí, era un sabueso experimentado. Sabía evadir los “ganchos” como el más hábil de los toreros. Aún así pude ver cierta interrogante en su mirada, él también quería saber si yo sabía lo que acababa de hacer o era solo suerte de principiante. Escudriñó mis ojos mientras le contestaba: “Es sencillo profesor, desde el mismo momento en que se inició la tala de los árboles de los cuales tomaron la madera para construir la silla, tenía que existir un permiso de las autoridades para llevar a cabo tal acción y por lo tanto eso es un acto jurídico; la empresa que construyó la silla debe poseer personalidad jurídica o de lo contrario la universidad no la hubiera contactado; el recibo de pago con el cual quedó avalada la compra de esa silla de parte de la universidad es un documento jurídico…”. En ese instante me interrumpió para expresarse, siempre sin dejar de sonreír: “Sí, efectivamente, no está mal… Hasta el camión en que trajeron esta silla debió haber tenido en orden sus documentos legales para poder transitar por nuestras calles y avenidas”. El profesor dio media vuelta y se dirigió a su escritorio. Tomó asiento y, antes de seguir con su clase, me preguntó mi nombre, le respondí y, acto seguido, volvió a retomar su tema original. Nos aseguró que todo en la vida tiene sin excepción algo de jurídico, pues aún lo ilegal entra en el grupo de lo clasificado como “infracciones a las leyes”, y por lo tanto también posee un aspecto jurídico.
Es así, contrario a lo que las personas comunes y corrientes pueden pensar, lo jurídico no es algo que atañe solamente a los jueces y abogados. Más bien, es algo que pertenece a todo ser vivo y a todos y cada uno de los objetos que componen cualquier sociedad. Clime es un verdadero maestro y, más que aprender, disfruté mucho aquella clase de sociología jurídica. Si hoy traigo esta anécdota a colación es simplemente porque quiero decirle a todos que lo jurídico no es algo frío que se encuentra en los códigos legales. Lo jurídico es parte de nuestras vidas, parte de nuestra cotidianidad. Tenemos que involucrarnos más en los procedimientos mediante los cuales son creadas e implementadas las normas que rigen nuestra sociedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Expresarse libremente es un derecho natural.